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Aurelio Hurtado
Aurelio Hurtado

Aurelio Hurtado
Aurelio Hurtado


George Ortiz


Louis Flores

Elsie Allen Library Farmworkers Mural
Elsie Allen Library Farmworkers Mural depicts Aurelio Hurtado along with other farmworker rights activists such as Cesar Chavez and Dolores Huerta.

Aurelio Hurtado

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Leyenda en el norte de la Bahía,
AURELIO HURTADO,
Se retira después de toda una vida dedicada a los pobres
© Periódico Bilingüe La Voz

La vida de Aurelio Hurtado ha sido una larga marcha por los derechos de los trabajadores del campo y por aquellas personas que están apenas representadas y como, consecuencia, en gran desventaja. Aurelio Hurtado marchó al lado de César Chávez y Dolores Huerta, asimismo estuvo realizando campañas para Bobby Kennedy. Se unió a los indios nativos de los Estados Unidos y a los afroamericanos en búsqueda de justicia, asimismo ayudó a fundar la Corporación para el Desarrollo Humano de California (CHD, por sus siglas en inglés), un rayo de esperanza para los más pobres de los pobres; los artistas inmigrantes de este hermoso paisaje al que llamamos el norte de la Bahía. Después de haber trabajado durante más de 45 años por los derechos de los trabajadores del campo a través de CHD, Aurelio Hurtado se retiró el pasado mes de junio, dejando todo un legado de servicio que empodera e inspira cualquier espíritu humano. Tomé un asiento junto a él para de poder al menos “vislumbrar” algo del hombre que hay detrás de toda esta leyenda.

Aurelio Hurtado contaba con tan sólo 20 años de edad cuando abordó un autobús “Greyhound” que salió de El Paso, Texas con rumbo a Los Ángeles, California. Se encontraba nervioso y a la vez ansioso de ver a sus tres hermanos mayores, pero más que otra cosa, listo para embarcarse en una nueva aventura. Su padre había tratado de disuadirlo de irse de México, argumentando que Aurelio no estaba acostumbrado a la clase de trabajo que sus hermanos estaban realizado en los Estados Unidos. Aurelio tenía un trabajo de oficina en la compañía de luz y fuerza, en Ciudad Juárez, Chihuahua. Había estudiado inglés en la escuela, pero no lo hablaba. En ese entonces, Aurelio ya contaba con un grado en contabilidad y administración de negocios. Nada de lo que le pudiera proporcionar su experiencia en ese tiempo lo había preparado para la clase de trabajo que se le iba a pedir que realizara. Su padre le auguró que en seis meses estaría de regreso en casa. 

Aurelio Hurtado nació el 9 de septiembre de 1934 y se crio en Jerez, Zacatecas. Era el hermano “del medio” con tres hermanos mayores, dos hermanas menores y un hermano menor. Su familia se mudó a Ciudad Juárez cuando sus hermanos mayores encontraron empleo en Texas, el padre pensó que era mejor estar cerca de ellos. Hurtado creció escuchando a su padre narrar la historia de los braceros. Durante la Segunda Guerra Mundial, su padre trabajó en el estado de Illinois, en un centro de distribución de alimentos encargado de alimentar las tropas ubicadas en Europa. “Todos estaban involucrados en el esfuerzo de la guerra. Actualmente las contribuciones que realizamos durante las época de guerra son frecuentemente ignoradas”, explica Hurtado. Pero no siempre fue así. “Mi padre hablaba bien de la época que el pasó aquí en los Estados Unidos. Los inmigrantes eran invitados a los hogares estadounidenses durante los fines de semana y se les agradecía la contribución que estaban realizando por el esfuerzo de la guerra”. Ya para el tiempo en el que los hermanos de Hurtado estaban compartiendo sus propias historias como braceros en el norte, las cosas habían cambiado en forma dramática. “Mis hermanos hablaban de haber sido seleccionados, tal como si fueran ganado, después fueron desvestidos y fueron rociados con químicos. Decían ‘no más queda que nos revisen los dientes, tal como si fuéramos caballos’”, Hurtado baja la vista y hace una pausa. “Era terrible, pero las cosas también estaban mal en México”,  dice mientras su voz se disipa.

El Programa Bracero

El padre de Hurtado, tal como sucede con muchos inmigrantes mexicanos, tuvo una historia dividida entre México y los Estados Unidos como bracero. El Programa Bracero fue un acuerdo establecido entre los dos países para contratar trabajadores en forma temporal. Durante el tiempo comprendido entre el inicio del programa, en 1942, y el final, en 1964, cuatro millones de trabajadores mexicanos habían venido a trabajar a los Estados Unidos. La mano de obra del inmigrante fue vital para la construcción del sistema ferroviario transcontinental, para obtener la victoria en la Segunda Guerra Mundial y para convertir los campos agrícolas de los Estados Unidos en los más productivos del planeta. Durante la Guerra de Vietnam, los hijos de los braceros nacidos en los Estados Unidos fueron enlistados para participar en esta guerra. “Este país necesitaba la ayuda de los inmigrantes. Sin los braceros no se hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial,” dice Hurtado.

La influencia de la familia

El padre de Hurtado regresó a México después de la Segunda Guerra Mundial y crio a su familia “Mi madre y mi padre fueron para mí la fuente de inspiración de todo. Desde el principio. Mi padre siempre se preocupó por servir a las personas, siempre buscó maneras de hacer la vida más fácil para sus familias y la comunidad. En mi pueblo, fue candidato en unas elecciones municipales para ser presidente porque quería hacer cambios. El sistema político de México destruye a la gente, se la come y la hace inhumana tal vez, pero sin embargo él decidió hacer algo. Los campesinos lo apoyaron pero si ahora no se respeta el voto, antes menos y mi padre no ganó la elección. Tengo la memoria de ver desde un camión, los campesinos con sus sombreros llenando las calles. Tal vez ese imagen me influyó”, reflexiona Hurtado. “Cuando íbamos aquí en las marchas me recordaban la campaña de mi padre.

Mi padre siempre nos dio la oportunidad de discutir las cosas hasta el momento en que él tomaba su decisión. Después que se decidía, ya era muy tarde. Su palabra era la ley. Pero él nos crio para tomar decisiones. Él nos decía, ‘Tú decide. No siempre voy a estar a tu lado para decidir por ti. Tienes que hacer tus propias decisiones.” Hurtado sonríe y agrega, “Reconozco ahora que mi madre tomaba muchas decisiones también pero nunca discutía las decisiones de mi padre. Siempre estaba a su lado. Ella nos enseñó lo bueno de lo malo y nos inculcó que una persona y una familia no existen solas. Deben de tener y ser una parte de un grupo y siempre estar dispuestos a ayudar a la comunidad y a la humanidad.”

Los Ángeles

Aurelio no pudo dormir en el autobús. Tal parecía que su nerviosa energía crecía cada vez más al pasar cada pueblo. En los cafés, ordenaba lo mismo que un pasajero del autobús pedía porque no hablaba inglés. Supo que llegaron a Los Ángeles cuando ya no se veía donde se acababan las luces de la ciudad. El autobús se estacionó en una terminal justo antes del amanecer. Aurelio alcanzó a ver a sus dos hermanos con un amigo mientras lo esperaban. Sus hermanos le dijeron algo al amigo que estaba con ellos y entonces se escondieron detrás de una pared. Aurelio se dio cuenta que querían asustarlo, por lo que se quedó en el autobús. Todos los pasajeros se bajaron del autobús, y aun así Aurelio no se bajó. Vio a uno de sus hermanos salir de la pared que estaba usando como escondite, mirando perplejo hacia el autobús. Su hermano le dijo algo a su amigo y se escondió de nuevo. Cuando Aurelio vio que el amigo se acercó al autobús, se deslizó por debajo de los asientos. Después de que escuchó que el amigo dejó el autobús, se sentó de nuevo y vio que sus hermanos se habían salido del escondite. “Fue cuando salí del autobús”, Hurtado sonríe y abriendo sus brazos completamente dice “y les dije ‘¡quiúbole!’”  Hurtado suelta una carcajada que le sale del corazón al hacer esta remembranza de cuando saliera victorioso de la broma que sus mismos hermanos iniciaran. 

Era el 5 de mayo de 1956; un Cinco de Mayo en Los Ángeles, California. Hurtado estaba exhausto de la emoción y de la falta de sueño cuando sus hermanos lo invitaron a ir a las celebraciones, por lo que no pudo rechazar tal invitación. Hurtado obtuvo un trabajo en una lavandería; ya había trabajado tres meses ahí cuando tuvo la oportunidad de visitar a su hermano mayor en Santa Helena, California.

Santa Helena

En cuanto cruzaron el Puente Golden Gate, Hurtado empezó a pensar “¿Qué lugar es este? ¡Qué paisaje tan bonito! ¿Qué estoy haciendo en Los Ángeles lleno de contaminación?” Pero cuando llegaron a Santa Helena, las condiciones en las que su hermano vivía estaban muy alejadas de lo atractivo. “Había varios trabajadores del campo viviendo en una sola habitación. La única forma de electricidad disponible era un solo foco de luz que colgaba de un cable en medio de la habitación. No había refrigerador. Ninguna de las tablas utilizadas para la construcción del lugar estaba alineada correctamente por lo que el aire y la luz entraban a través de estos orificios. Las personas que vivían ahí habían colocado unas piezas de cartón para cubrirlos”. El fin de semana se terminó y Hurtado vio a sus dos hermanos mientras colocaban sus maletas y bultos en el automóvil para hacer su viaje de regreso a Los Ángeles. Se acercó en forma furtiva a uno de sus hermanos y le dijo “No me voy a ir con ustedes”. Su hermano se quedó sorprendido. “¿Qué dices?” le preguntó. “Me quedo aquí”, le respondió Hurtado.

 “¡Mi hermano pensó que estaba loco!”, admite Hurtado. “Mis otros hermanos observaron que algo estaba sucediendo y se acercaron. No podían comprender por qué quería quedarme y expusieron toda clase de razones y opiniones para convencerme ¿Qué iba a hacer? ¿Qué ropa iba a usar (pues no traía ropa extra)? ¿Qué si ya sabía que iba a ganar $0.90 centavos la hora en vez de los $2.25 que estaba ganando en la lavandería? además que ya era un trabajo mío. Pero cuando vi la choza en la que mi hermano vivía en Santa Helena pensé ¿Qué es una persona más ahí en donde ya hay tanta gente? Probablemente alguien me pudiera prestar algo de ropa y ayudar a encontrar un trabajo”, dice Hurtado sonriendo mientras recuerda su juventud.

Trabajo en el campo

Su padre tenía razón. El trabajo era agotador. “Mis manos estaban hechas garras cuando empecé a trabajar en los campos, pero nunca me quejé y me hermano se daba cuenta pero nunca dijo nada”, dice Hurtado, aun agradecido. El pago resultó ser de $0.80 centavos la hora, después de que la compañía para la que trabajaba dedujera diez centavos como cobro por vivir en la choza en la que se quedaban. Los trabajadores caminaban millas a lo largo de las vías del tren para poder comprar comida enlatada en el mercado, pues cualquier otro tipo de alimento se echaba a perder. “Si teníamos ganas de comer una chuletas de puerco, teníamos que cocinarlas y comérnoslas antes de llegar a casa porque no teníamos ni siquiera hielera”, explica Hurtado. “En ese entonces no había tan sólo viñedos. Había huertas de ciruela, manzana, nuez y pera.” Estuvo trabajando en el campo por alrededor de tres años, antes de empezar a trabajar en una compañía productora de vinos, una vinícola. “Los días y las semanas de trabajo eran largos pero...era una vida tranquila”.

Activismo y Matrimonio

Hurtado se unió al Comité Mexicano de Beneficencia de Santa Helena, un grupo creado para ayudar económicamente con el entierro de los miembros fallecidos de la comunidad de inmigrantes. Empezó a hacer conexiones en la comunidad y se unió a diferentes causas. Escuchó hablar a César Chávez en una conferencia y decidió trabajar para el mejoramiento educativo, social, económico y por la igualdad en los derechos y oportunidades para su comunidad. Conoció a los activistas Louis Flores, George Ortiz y otras personas que también soñaban con que los trabajadores del campo tuvieran mejores condiciones de vida. En el año de 1967, fundaron North Bay Human Development Corporation (Corporación para el Desarrollo Humano del Norte de la Bahía), que posteriormente tomaría el nombre de California Human Development (Desarrollo Humano de California). Un año después, a Hurtado se le ofreció un trabajo en esta corporación como Director de los Programas de Adquisición de Entrenamiento Mientras Trabaja y Adquisición de Experiencia en el Trabajo para Adultos para servir a las familias de los trabajadores del campo migrantes y temporales en los condados de Napa, Sonoma y Solano. Hurtado había estado trabajando en los campos y en las vinícolas por alrededor de quince años y el dejar este trabajo significaba una reducción en su sueldo que afectaría a sus padres, quienes continuaban viviendo en México.

“Mi padre siempre me dijo que nunca cerrara las puertas a nuevas oportunidades. Me decidí a tomar ese empleo. Mi primer escritorio era una puerta vieja colocada sobre dos cajas de madera viejas que habían sido utilizadas para colocar uvas y el monseñor nos ayudó a pagar la renta de una vieja estación de gasolina. Teníamos sueños locos”, dice Hurtado mientras suelta una carcajada sonora.

El año 1968 fue un año difícil. “El país estaba en llamas. La gente estaba muy molesta. Martin Luther King fue asesinado ese año y posteriormente Bobby Kennedy, un campeón de nuestra causa. Yo lo vi en una vieja televisión en blanco y negro dando su último discurso, después de haber ganado las elecciones primarias en California. Dolores Huerta estaba a su lado. Era una época llena de emoción. Teníamos un corrido de Bobby Kennedy que se presentaba en la radio y en un automóvil de Kennedy que llevábamos a los eventos. Esa noche, cuando ya estaba en la cama para dormirme estuve pensando en lo que significaría su victoria para nosotros y empecé a hacer planes. Al día siguiente, me desperté con la noticia que Bobby Kennedy se había ido para siempre. Reescribimos su corrido diciendole que todos íbamos a continuar su misión”.

En el año de 1972, Hurtado contrajo nupcias con Rogelia Martin, una joven a la que había conocido durante sus días de trabajador del campo. “Rogelia se iba a casar conmigo siempre y cuando la boda fuera en su pueblo natal. Por lo que nos casamos en México y George Ortiz pudo asistir. Mi esposa me ha ayudado y apoyado. No hubiera podido lograr algo sin ella. Ahora que me voy a retirar, vamos a poder pasar más tiempo juntos en su jardín de rosas. Mi esposa tiene unas rosas maravillosas”.

Corporación para el Desarrollo Humano de California

Durante más de 45 años, CHD ha proporcionado sus servicios a personas de bajos ingresos en el norte de California. El primer contrato que tuvo esta organización fue por $250,000. Actualmente, CHD opera con un presupuesto de alrededor de $13 millones de dólares al año y sus servicios son proporcionados en trece condados a través de una red de servicios bilingües. CHD ofrece aproximadamente 45 programas, los cuales reciben fondos de diversas fuentes federales, estatales, locales y privadas. Dentro de los servicios principales se encuentran entrenamiento para obtener un mejor empleo, vivienda a precios accesibles, servicios de justicia criminal, entrenamiento y servicios comunitarios e integración comunitaria para personas con discapacidades. Su misión es crear caminos y oportunidades para aquellas personas que buscan mejorar su auto suficiencia, independencia y dignidad a través de la educación, el entrenamiento, la vivienda y otros servicios.

“La corporación  y mi vida se unen muy íntegramente. Todos los que empezamos y estamos todavía activos y con vida estamos muy orgullosos de esta corporación. Hemos dado toda nuestra vida, pero no hay ningún lamento. Fue una cosa que nació y creció con la ayuda de mucha gente. No se podría tomar personalmente crédito por lo que está pasando en esta corporación tan grande y tan beneficiosa para la comunidad, porque siempre fuimos un grupo y seguimos siendo un grupo todos los que trabajamos en esta misión”. 

El alcance de CHD es amplio y duradero. Esta organización administra los Centros para la Jornada Diaria, Centros para la Vivienda, Servicios Comunitarios de Inmigración, Servicios de Climatización, Servicios de Apoyo para Emergencias y hasta Servicios para el Abuso y Recuperación de Sustancias. Hace tres años, CHD adquirió el histórico edificio de Stonehouse Inn, ubicado en la carretera 12 en Santa Rosa para ser convertido en el nuevo hogar de Athena House, un programa de residencia para la recuperación de mujeres. La vida dedicada de Aurelio Hurtado ha rendido muchos frutos. Por lo que no es sorpresa alguna el saber que cuando el Secretario del Trabajo de los Estados Unidos escuchó sobre el retiro de Hurtado le escribió una carta expresándole total gratitud de parte del Departamento de Trabajo de la Nación. “Mientras trabajamos en la reforma del sistema de inmigración de la nación en una forma que celebra nuestra humanidad común y le da a más personas una oportunidad de vivir el  Sueño Americano, podemos ver su vida como un ejemplo resplandeciente… Tenemos una enorme deuda de gratitud con usted por dedicar tanto de su carrera al liderazgo y a la defensa; por perseguir el bien común y la justicia social; por buscar hacer la vida mejor a otros trabajadores del campo y a familias de bajos ingresos… Haremos lo mejor de nuestra parte para llevar con nosotros su legado y satisfacer los altos estándares que usted ha establecido”.

Despedida

La entrevista se ha acabado. He apagado la grabadora y la he guardado junto con mis anotaciones y la cámara fotográfica. El Señor Hurtado y yo estamos recogiendo nuestros papeles, cuando empieza a compartir lo que ha sido el viajar recientemente a diferentes oficinas y despidiéndose. “La única tarea que les dejo es que cuiden de mis trabajadores del campo”, hace una pausa después de que cierra su portafolio. “Ellos son la sal de la tierra”. Sus palabras son dichas con la calmada convicción de un mártir.

 

   

Aurelio Hurtado

North Bay Legend, AURELIO HURTADO
Retiring after a lifetime dedicated to the poor

© La Voz Bilingual Newspaper

Aurelio Hurtado’s life has been a long march for farmworker’s rights and for those that are underrepresented and consequently disadvantaged. He marched alongside Cesar Chavez and Dolores Huerta and campaigned for Bobby Kennedy. He joined the Native Americans and African-Americans in a quest for justice and helped found the California Human Development Corporation (CHD), a beacon of hope for the poorest of the poor; the immigrant artists of this beautiful landscape we call the North Bay. After 45 years of working for farmworker’s rights through CHD, Aurelio Hurtado retired this past June, leaving a legacy of service that empowers and inspires. We sat down with him to get a glimpse of the man behind the legend.

Aurelio Hurtado was 20 years old when he boarded the Los Angeles-bound Greyhound in El Paso, Texas. He was nervous and eager to see his three older brothers, but more than anything, he was ready to embark on a new adventure. His father had attempted to dissuade him from leaving Mexico by arguing that Aurelio wasn’t accustomed to the kind of work his brothers were doing in the states. Aurelio had an office job working for the power company in Ciudad Juarez, Chihuahua. He had studied English in school but didn’t speak it. He had degrees in accounting and business administration. Nothing in his experience had prepared him for the kind of work he would be expected to perform. His father gave him six months.

Aurelio Hurtado was born on September 9, 1934 and raised in Jerez, Zacatecas. He was a middle child with three older brothers, two younger sisters and a younger brother. His family moved to Ciudad Juarez when his older brothers found work in Texas, in order to be closer to them.
Hurtado and his siblings grew up listening to his father’s Bracero stories. During WWII, his father worked in Illinois, at a food distribution center charged with feeding the troops in Europe. “Everyone was involved in the war effort. Our contributions during the wars are often overlooked today,” explains Hurtado. But it wasn’t always like that. “My father would speak well of his time here. The immigrants would be invited to American homes on weekends and thanked for their contribution to the war effort.” By the time Hurtado’s brothers were sharing their own bracero stories from up north, things had changed dramatically. “My brothers would speak of being hand-picked, like cattle, then stripped to the nude and sprayed. They would say, ‘Next, they’ll check our teeth as if we were horses.” Hurtado looks down and pauses. “It was terrible. But things were bad in Mexico too,” he voice trails away.

Bracero Program

Hurtado’s father, like many Mexican immigrants, had a history of moving between Mexico and the United States as a bracero. The Bracero program was an agreement between the two countries for temporary contract laborers. Between the time when it was initiated in 1942 and ended in 1964, four million Mexican laborers had come to work in the U.S. This immigrant labor force was vital to the transcontinental railroad, winning WWII and converting the agricultural fields of America into the most productive on the planet. During the Vietnam War, the U.S.-born children of braceros were drafted into war. “This country needed the help of immigrants. Without the braceros, WWII would not have been possible,” says Hurtado.

A Family’s Influence

Hurtado’s father returned to Mexico after World War II and raised his family. “My mother and my father were the inspiration for everything. From the beginning. My father always tried to serve people. He looked for ways to make life easier for our families and the community. In my town of Jerez, he ran for president because he wanted to make changes. The political system in Mexico destroys people, it eats them up and perhaps makes them inhumane but despite that he decided to try and do something about it. The farmworkers came out in support of him but if the vote isn’t respected now, it was respected even less at that time and my father was not elected. I can remember riding in a truck and seeing the campesino hats fill the streets. Perhaps, that image has influenced me,” Hurtado reflects. “When we would march here it would remind me of my father’s campaign.

My father always gave us room to discuss things with him up until he had made up his mind. After he had come to a decision, it was too late. His word was the law. Yet, he raised us to be able to make decisions. He used to say, ‘You decide. I won’t always be around to decide for you. You need to be able to make your own decisions.” Hurtado smiles and adds, “I realize now that my mother was making a lot of the decisions as well. Yet, she never questioned my father in front of us. She always stood by his side. She taught us right from wrong and she made sure that we knew that a person, a family cannot exist alone. They must have and be part of a group and always be willing to help the community; humanity.”

Los Angeles

Aurelio couldn’t sleep. His nervous energy seemed to grow with every town they passed. At coffee shops, he would order food by gesturing to a fellow passenger’s order. He knew they were in Los Angeles when there was no end to the stream of city lights. The bus pulled into the depot just before dawn. He could see his brothers waiting for him with a friend. They said something to the third man and then hid behind a wall. Aurelio realized they meant to frighten him so he stayed on the bus. The passengers all filed out and still he didn’t leave the bus. He saw one of his brothers come out from behind the wall looking perplexed. His brother spoke to the friend and then hid again. When Aurelio saw the third man approach the bus, he slipped down between the seats. After he heard the man exit the bus, he sat up and saw that his brothers had come out of hiding. “That’s when I walked out of the bus,” Hurtado smiles and opens his arms wide “and said to them, quiúbole!” Hurtado laughs heartily at the memory of beating his brothers at their own game.

It was May 5, 1956; Cinco de Mayo in Los Angeles, California. Hurtado was exhausted from the excitement and lack of sleep but when his brothers invited him to join the celebrations he didn’t turn them down. Hurtado acquired work in a Laundromat and had worked there for 3 months when he and his two brothers had the opportunity to visit a third brother in St. Helena, California.

St. Helena

As soon as they crossed the Golden Gate Bridge, Hurtado began thinking to himself, “What is this place? What beautiful land! What am I doing in Los Angeles with all the smog?” But when they arrived in St. Helena, the conditions his brother was living in were far from alluring. They were breathtaking for all the wrong reasons. “There were several farmworkers living in one room. The only electricity available was in the form of a single light bulb hanging from a wire in the middle of the room. No refrigerator. None of the boards used to construct the building lined up with each other so the wind and light would come in through the gaps. They had pieces of cardboard covering some of them.” As the weekend drew to an end and Hurtado saw his two brothers packing the car for their return trip to Los Angeles, he sidled up to one of them and said, “I’m not going with you.” His brother was stunned. “What do you mean?” he asked. “I’m staying here,” Hurtado answered.

“Oh, he thought I was crazy,” admits Hurtado. “My other brothers noticed that something was going on and came over. They couldn’t understand why I would want to stay and made every point they could. What was I going to do? What was I to wear? Where was I going to live? Did I know that I would only be making 90 cents an hour instead of the $ 2.25 that I was making at the Laundromat, a job that was already mine? But, I looked at the shack where my brother stayed and figured, what’s one more when there are so many already? Somebody would probably let me borrow their clothes and help me get a job,” Hurtado smiles as he remembers his youth.

Farm Work

Hurtado’s father was right. The work was grueling. “My hands were shredded when I first started working in the fields but I never complained and my brother noticed but never said anything,” says Hurtado gratefully. The pay turned out to be 80 cents an hour after the company deducted ten cents an hour per person for the shack they stayed in. The workers would walk for miles along the railroad tracks to buy canned food at the market because anything else would spoil. “If we felt like pork chops, we would have to cook them and eat them before we got home because we didn’t have a cooler,” explains Hurtado. “Back then there weren’t just vineyards. There were plum, apple, nut and peach orchards. I worked in the fields for about 3 years before I got a job in a winery. The days and the work weeks were long but it was a tranquil life.”

Hurtado joined the St. Helena Comite Mexicano de Beneficiencia, a group founded to help fund burials for deceased members of the immigrant community. He began to make connections in the community and joined different causes. He heard Cesar Chavez speak at a conference and decided to work for the improvement of the educational, social, economic and equal rights and opportunities of his community. He met activists Louis Flores, George Ortiz and others who also dreamed of better conditions for farmworkers. In 1967, they founded the North Bay Human Development Corporation (later expanding and taking the name California Human Development). A year later, Hurtado was offered a job with the corporation as Director of the On the Job Training and Adult Work Experience Programs to serve migrant and seasonal farmworker families in the counties of Napa, Sonoma, and Solano. He had been working in fields and wineries for 15 years and to leave would mean a cut in pay that would affect his parents back in Mexico. “My father always told me to never close doors to new opportunities. I decided to take the job. My first desk was an old door over two grape boxes and the Monsignor helped us pay the rent for the old gas station. We had crazy dreams,” laughs Hurtado handsomely.

The year 1968 was a turbulent one. “The country was up in flames. People were very upset. Martin Luther King was killed that year and then Bobby Kennedy, a champion for our cause. I watched him on the old black and white television give his last speech after winning the California primary. Dolores Huerta was by his side. It was an exciting time. We had a Bobby Kennedy ballad that ran on the radio and a Kennedy car that we took to events. When I went to bed that night I was thinking of what his win would mean for us and making plans. The next day, I woke up to the news that he was gone. We rewrote his ballad, telling him that we could continue his mission.”

In 1972, Hurtado married Rogelia Martin, a young woman he had met during his days as a farmworker. “She would only marry me if it was in her hometown. So, we were married in Mexico and George Ortiz was able to make it. She has helped and supported me. I could not have done it without her. Now that I’m retiring, we will be able to spend more time in her rose garden. She has the most amazing roses.”

California Human Development Corporation

For over 45 years, CHD has served low-income individuals in Northern California. The corporation’s first contract was for $250,000. Today, CHD operates on a budget of $13 million and serves thirteen counties through a bilingual services network. They offer approximately 45 programs, funded by various federal, state, local and private sources. Core services include job training, affordable housing, criminal justice services, community services and training and community integration for individuals with disabilities. Their mission is to create paths and opportunities for those seeking greater self-sufficiency, independence and dignity through education, training, housing and other services.
“The corporation and my life are joined together completely. Every person involved in founding it, who is still alive and well, is very proud of this corporation. We have given our lives for it…but there is not a single regret. It was something that was born and grew with the help of many people. I cannot personally take credit for what is happening with this corporation that is so large and so beneficial to the community because those of us that work for this mission were always a team and we continue to be a team,” sayd Hurtado.

The CHD’s reach is far and lasting. They run Day Labor Centers, Housing Centers, Immigration Community Services, Weatherizing, Emergency Support Services and even Substance Abuse and Recovery Services. Three years ago, they acquired the historic Stonehouse Inn at highway 12 in Santa Rosa to be the new home of the Athena House, a residential recovery program for women. Aurelio Hurtado’s dedicated life has borne much fruit. It is no wonder that when the United States Secretary of Labor heard of Hurtado’s retirement, he wrote him a letter expressing gratitude on behalf of the nation’s Labor Department. “As we work to reform the nation’s immigration system in a way that celebrates our common humanity and gives more people a chance to live the American Dream, we can look to your life as a shining example. We owe you a debt of gratitude for dedicating so much of your career to leadership and advocacy; to the pursuit of the common good and social justice; to making life better for other farmworkers and low-income families…We will do our best to carry on your legacy and live up to the high standards you have set.”

Farewell

The interview is over. I’ve turned off the audio recorder and packed it my bag along with my scribbles and camera. Señor Hurtado and I are gathering our paperwork when he begins sharing what it’s been like traveling to different branches and saying his farewell. “The only task I leave them is to take care of my farmworkers,” he pauses after closing his briefcase. “They are the salt of the earth.” His words are spoken with the quiet conviction of a martyr.